ARDANAZ DE IZAGAONDOA
"ASTEGAIZ" Y PINTURAS MEDIEVALES




         A la sombra y al cobijo de San Miguel de Izaga, en el valle de Izagaondoa, se encuentra la localidad de Ardanaz. Nos acercamos hoy a las romerías que se celebran este mes, y también a su iglesia parroquial, románica, que hasta hace poco han mantenido ocultas unas importantes pinturas que hoy damos a conocer.

         Mayo es tiempo de romerías. No todas tienen la misma fama, y mucho menos el mismo eco informativo. Algunas, incluso, pasan bastante desapercibidas. Y cuando esto último digo estoy pensando, por ejemplo, en las tres romerías que los valles de Lónguida y de Izagaondoa celebran este mes a la ermita, y atalaya, de San Miguel de Izaga.
         Es esta una peregrinación cuyos orígenes se difuminan, hasta perderse, en la lejanía de los siglos. No parece que haya documentos que nos permitan arrojar luz alguna sobre el motivo ni sobre la fecha en la que se iniciaron estas romerías. Sí que es cierto que San Miguel de Izaga goza entre los lugareños del entorno –y además de un entorno amplio- de un cariño y de un fervor que una y otra generación lo han recibido en herencia y lo han sabido legar de la misma manera que el testigo pasa de mano en mano en una carrera de relevos.


Leyenda


         Así pues, como digo, nada se sabe de los orígenes; sin embargo hasta nuestros días sí que ha llegado la leyenda de cómo pudo ser aquello, una leyenda mil veces contada al calor del fuego de la cocina. Por un momento cierro los ojos y me imagino la escena en esa cocina de la Casa del Herrero (antiguamente Casa Mitxelki, o Mitxelkirena), en Ardanaz; y me parece estar viendo al anciano, sentado en el escaño, contándole a la nieta que, ensimismada, le escucha atentamente mientras su mirada se mantiene hipnotizada por el fuego del lar que hay bajo esa magnífica campana de la chimenea (que todavía se conserva).
         Pues bien, ese imaginario anciano que a su casa le puso el nombre de Mitxelkirena, o “casa de Miguel” (claro síntoma de devoción a San Miguel de Izaga), le habla a esa niña de cómo en una ocasión, en tiempos muy remotos que es muy difícil de datar, un azote de males se cebó en la zona de Lónguida, principalmente, hasta el punto de que los vecinos, angustiados por lo que les estaba tocando padecer, se pusieron en manos de San Miguel ofreciéndole peregrinar anualmente hasta su ermita penitencialmente si mediante su intercesión lograba cortar los males que asolaban el valle. Y dice la leyenda que el santo les oyó, intercedió, y los males felizmente se acabaron. En vista de ello, a partir de entonces, los lugareños de Lónguida acuden fieles a la cita prometida hasta la ermita de San Miguel, en Izaga. Esta peregrinación es la que desde entonces se ha llamado de “Astegaiz” (semana de calamidades), y que hasta no hace muchas décadas se localizaba esta peregrinación en los siete días siguientes a la Pascua de Pentecostés, turnándose en estos días pueblos y valles para subir sus vecinos, entunicados y cargados con pesadas cruces, en muchos casos con los pies descalzos, hasta esa atalaya que ocupa la ermita de San Miguel.
         Todavía en Ardanaz, hablando con los hermanos Félix y Rafael Otano, me recordaban estos el impacto que de niños les causaba aquella peregrinación de Lónguida. “Salía el sacerdote al crucero a recibirles, y desde allí entraban todos procesionalmente al pueblo, cada localidad de Lónguida llevaba su cruz parroquial, y a cada pueblo los alojábamos en una casa”. Utilizaban las entradas de las casas para comer y para descansar antes de iniciar la ascensión penitencial, y como pago por aquél uso dejaban en la casa el importe simbólico de una peseta, y también todo el vino que les había sobrado. “Ya se preocupaban de traer vino de sobra para poder dejar una buena cantidad”, recordaba Félix Otano.


Iglesia de San Martín


         Tras este breve repaso a la peregrinación hasta San Miguel de Izaga, que estos días está de actualidad, vamos a descender desde la ermita hasta la localidad de Ardanaz, también llamada Ardanaz de Izagaondoa para así diferenciarla de Ardanaz de Egüés.

         Y si se me permite, dentro de lo que es la realidad patrimonial de Ardanaz, vamos a centrarnos hoy un poco en su iglesia parroquial, un templo, por algo lo digo, que requiere un pequeño toque de atención. Y es que la iglesia parroquial de San Martín de Tours, románica, ha sido restaurada muy oportunamente en los últimos años, algo de lo que los vecinos están muy contentos, y también muy agradecidos. Sin embargo, cuando las obras tocaban ya a su fin un aguacero hizo que entrase agua en la sacristía haciendo caer una pequeña parte del techo de escayola, y esto tan simple, y tan sencillo, ha provocado un retraso en ese final de la obra que, incomprensiblemente, se va prolongando forzando con ello el cierre al culto de la iglesia, un cierre que dura ya cuatro años. Sería bueno que “a quien corresponda” coja el toro por los cuernos y ponga finalmente la guinda a este pastel tan bonito que ha sido la restauración de la iglesia de Ardanaz.
         Hecho este pequeño toque de atención, y con la esperanza de que este mensaje llegue “a quien corresponda”, es el momento también de llamar la atención sobre este templo, cuya restauración, y gracias al trabajo paciente y meticuloso de Arantza Martinena y de Marta Vidador (bajo la dirección de Joaquín Martinena), ha sacado a la luz unas pinturas hasta ahora desconocidas que, sumadas a la portada románica de la vecina iglesia de Artáiz, constituyen un “paquete turístico” de primera categoría para todos los amantes del arte.
         Pero vamos por orden. La iglesia de Ardanaz de Izagaondoa, bajo la advocación de San Martín de Tours, es un templo románico de nave única cubierto con una bóveda de medio cañón. Su estilo arquitectónico nos permite situar su construcción allá por el siglo XII, tal vez a caballo entre el XII y el XIII. Unos siglos más tarde, concretamente en el siglo XVI, se llevó a cabo una reforma del templo incorporándole entre otras cosas dos pequeñas capillas laterales, a modo de brazos de cruz. No se sabe bien bajo qué criterio, pero un buen día alguien entendió que lo correcto era quitar la portada románica y sustituirla por otra de estilo renacentista. Y así se hizo. Y así está. Parece ser que esta labor se hizo en el año 1625 por obra y gracia de los canteros Miguel de Altuna y Martín de Elduayen, de Tolosa; a quienes también se les atribuye la construcción de la torre. En otro momento también se optó por prolongar el templo desplazando el ábside románico para ser sustituido por otro cilindro absidial “neo-románico”, algo que hizo que aquellas capillas laterales que en su día se construyeron buscando con ello una planta de cruz latina hayan quedado tras esa prolongación del templo descolocadas totalmente. Es decir, estamos ante un templo románico, acorde con el estilo románico que se encuentra en Izagaondoa, pero que ha sufrido importantes modificaciones, pese a las cuales todavía conserva abundantes elementos originales como lo son los contrafuertes, las ménsulas, los arcos fajones, el arco escarzano que sostiene el coro, e incluso algún elemento oculto como es el caso de una pequeña columna, con su capitel, procedente de una de las ventanas, que salió a la luz en las obras de la Sociedad Leguin, cuya sede es un edificio adosado a la iglesia, y que han sabido conservar a la vista con muy buen gusto.


Pinturas medievales


         Pero, como ya he indicado antes, al margen del valor arquitectónico del templo, la gran novedad de este son las pinturas murales de la primera mitad del siglo XIV, anónimas, que aparecieron y cuya restauración culminó en el año 2002. Sobre estas pinturas, reconstruidas y restauradas por las mencionadas Arantza Martinena y Marta Vidador, ambas técnicos elaboraron un informe exhaustivo de su intervención, del que yo ahora me voy a servir para darlas a conocer en estas páginas.
         Todo comenzó cuando durante las obras de rehabilitación de la iglesia se procedió a la colocación de un andamio precisamente en la parte de la bóveda en donde claramente se veía que presentaba más problemas de consolidación del mortero; así pues, desde el andamio los albañiles podrían trabajar mucho mejor a la hora de retirar los revocos que peor estaban, algunos de ellos incluso corrían riesgo de desprendimiento. Pero la sorpresa vino cuando empezaron a picar e inmediatamente se quedaron a la vista unos fragmentos de pinturas.
         Puesto este hallazgo en conocimiento del Servicio Diocesano de Restauración, y a instancias de este, se procedió al examen de los fragmentos que habían quedado al descubierto para valorar su importancia. De inmediato se entendió que se estaba ante unas pinturas de gran interés artístico, histórico y cultural; y en consecuencia se procedió a intervenir sobre esa parte de la bóveda.
         Es a partir de ese momento cuando Arantza Martinena y Marta Vidador inician una cuidadosa labor de recuperación de las pinturas allí ocultas. Primero fue un examen detallado de toda la superficie, después vino la limpieza de la pared hasta dejarlas enteramente al descubierto, consolidación de morteros, y por último una meritoria labor de recomposición de algunos de los dibujos que culminó con la consolidación de toda la película pictórica.
         El resultado está allí, a la vista. Son pinturas que afectan a la bóveda, al lado del evangelio, y al lado de la epístola, ubicadas exactamente en el tercer tramo de la nave y en el arco fajón que delimita hacia el coro.
         ¿Y qué es lo que se ve en esas pinturas?. En el lado de la epístola, en la bóveda, lo que aparece representado es el Juicio Final, y también la psicóstasis o, para que nos entendamos mejor, el pesaje de las almas. En la parte simétrica de la bóveda, lado del evangelio, lo que se ve es un conjunto de escenas, no muy claras, en donde parece que se ha querido representar algunos pasajes de la vida de un obispo.


Calendario


         Pero sin duda, lo más curioso y singular de este hallazgo mural son las pinturas que aparecen en el arco fajón más próximo al coro, arco este que a su vez delimita las pinturas anteriores. En este lienzo mural, de 8 metros de largo por 55 centímetros de ancho, lo que encontramos no es otra cosa que un calendario, con los doce meses del año. Únicamente el mes de marzo es el que no se ha podido rehacer. En el resto de los meses lo que el artista plasmó es una actividad agrícola o artesana propia de ese mes.
         En enero (janvarivs) vemos al dios Jano con sus tres caras. En febrero (febrvarivs) vemos a una persona que se ha quitado el calzado y calienta su pie junto al fuego. Marzo (marcivs) ha perdido el dibujo, si bien, vistos otros calendarios similares que han aparecido en otros puntos de Navarra, cabe pensar que aquí habría una escena que representaría la poda de las viñas. Abril (aprilivs) aparece representado por una persona vestida con una larga túnica roja que sujeta en cada una de sus manos una vara, o tallo, rematada con una flor. Mayo (maivs) aparece representado por una escena de cetrería, un jinete sobre caballo que exhibe en su mano un halcón con las alas desplegadas. Junio (ivnivs) queda escenificado con la imagen de un labrador realizando labores de escarda con una herramienta similar a la guadaña. En julio (ivlivs) vemos una imagen de la siega del cereal. Agosto (avgvstvs) queda inmortalizado, como no podía ser de otra manera, con la imagen de un labrador montado sobre el trillo. En septiembre (setenber) vemos a un tonelero dispuesto a ajustar los cinchos. Octubre (october) ha quedado inmortalizado con la labranza. Noviembre (novenber), aunque un poco desfigurado, ha quedado simbolizado con la matanza del cerdo. Y diciembre (decenber), aunque ha sobrevivido el dibujo muy estropeado, aparece representado por el banquete de las fiestas navideñas.
         Para quien esté interesado en este tipo de expresiones artísticas, y concretamente en los calendarios, que sepa que otros mesarios, o calendarios, de gran valor artístico, los podemos encontrar en Navarra en Arteta, Góngora, y Eguillor, así como en el claustro de la Catedral de Pamplona. Este de Ardanaz de Izagaondoa, que no tiene desperdicio, tiene en cada uno de sus meses una rica información etnológica, especialmente en lo que a indumentaria se refiere, que lo convierten en una pieza excepcional, predestinada desde ahora a alcanzar en un futuro importantes cotas de popularidad.
         Sería bueno que desde las entidades e instituciones competentes se acometiesen las labores oportunas de catalogación (si es que todavía no se ha hecho) y de difusión de estas pinturas murales. Artáiz y Ardanaz, con su patrimonio de arquitectura religiosa y su proximidad, constituyen, o pueden constituir, un “paquete turístico” de primer orden para aquellos amantes del románico rural, y en este caso también del gótico. La portada de Artáiz, el crucero de Ardanaz, y estas pinturas murales, también en Ardanaz, son elementos dignos de ser cuidados con el máximo mimo.


 Diario de Noticias, 16 de mayo de 2005
Autor: Fernando Hualde