MECETAS EN LA ALDEA
(Juanito, San Sebastián, 1953)

-          Dicen que van a traer a “Quiliri”
-          - Pues yo he oído que clarinete
-           ¿Sí? ¡Ojala! Yo lo prefiero porque se oye más, claro que tocan menos porque se deben cansar mucho de tanto soplar. ¿Te fijaste como se le pusieron los labios al cojo de Aoiz en fiestas de Urbicain?.
-           Sí, chica, parecía que tenía “morrera”. También, ya es, ellos siempre tocando mientras los demás estamos bailando. No me gustaría a mí ser músico, pero buenos dineros se ganan. Claro, que tiene que haber para todo. ¿Sabes una cosa?. Me ha dicho un mozo que este año van a tocar algún vals.
-          ¡No me digas! ¿Y quién lo va a bailar si aquí siempre hemos bailado al suelto y ni siquiera hemos visto el “agarrao” si no es cuando cantan la canción.
-          ¡Mujer! Tanto como eso no; yo ya he visto y he bailado en tierra Pamplona. Por allí en todos los pueblos tocan ya el “agarrao”. Alguna vez tiene que llegar aquí. Además se cansa menos.
-          ¡Sí, chica! Ya me gustaría; así aprenderíamos y cuando vamos a fiestas a otros pueblos podríamos bailar, pero, no sé, no sé…
-          Pues sí, me lo han asegurado y además un mayordomo, creo que ese ya sabrá.
-          Bueno, pues hoy en ocho sabremos, porque ya te habrás dado cuenta de que solo faltan 8 días para San Martín.
-          Sí, chica, no es tan fácil olvidar.
-          Pues, a ver, a ver.

A esta altura llegaba la conversación cuando Luciana y Sebastiana, las dos mozas más garridas del pueblo, tuvieron que separarse. Ambas venían de la “fuente arriba” con sendas herradas llenas de agua en la cabeza para abastecer las necesidades de sus casas, a la hora del atardecer, que era la hora más adecuada para realizar este servicio. Diariamente había que cumplirlo, mañana y tarde, de una fuente en las afueras del pueblo denominada “la fuente arriba”, de la que manaba un agua fresca y excelente. Como todo el pueblo acudía a ella y generalmente a las mismas horas, resultaba un trabajo agradable porque servía de motivo para los encuentros de las mozas y amas de casa y el lugar de las confidencias y noticias. Más que trabajo resultaba una diversión. ¡Era de ver el garbo y gentileza que emanaba de aquellas mozas labradoras cuando con su bata limpia y alpargatas blancas se dirigían a la fuente con la herrada en la cabeza, a pasitos menudos y acompasados, salvando con agudeza los baches y pedruscos del camino, con un brazo en ara apoyando la mano en la cintura y en el otro un vaivén rítmico y gracioso para mantener el equilibrio en la herrada!.

Toda la juventud femenina del pueblo desfilaba diariamente por ese camino tratando de superarse en presentar una estampa gallarda y marcial y a la vez de “tropezarse” con las amigas para charlar de “sus cosas”.

Nuestras interlocutoras, a la entrada del pueblo, se separaron porque Sebastiana había llegado a su casa. Luciana, que vive al otro extremo, baja calle abajo con aire arrogante haciendo proezas de equilibrio al sostener, sin agarrarla, la herrada llena de agua en la cabeza pasando, de vez en cuando, la mano por el borde inferior para despedir las gotitas que quieren caer.

Si seguimos la misma dirección y nos acercamos a la Trinidad no tardaremos en encontrarnos con lo labradores que, después de una tarea de sol a sol, regresan cansados a sus casas. Es frecuente que en ese lugar coincidan a la vez varios de ellos, procedentes de distintos términos, porque los caminos convergen en él. Están ahora en las faenas de siembra, muy afanosos, aprovechando el “veranico de San Martín” y procurando dejar terminadas las labores para las fiestas.

En estos días, cuando los mozos se encuentran, siempre el tema de conversación son las fiestas. Son ellos los que han de llevar la animación organizando el baile y el juego del “parar”, que son las atracciones típicas de las “mecetas” en las aldeas.

Casualmente ya llegan de distintas direcciones, conduciendo sus yuntas de bueyes con el arado sobre el yugo, Lucio y Pedro, dos fornidos muchachos de recia estampa en plena juventud derrochando salud y energía. Son precisamente los mayordomos del año y, por tanto, los encargados de contratar la música. Después de interesarse sobre el transcurso de la jornada con el clásico saludo: ¿Has “pasao” buen día?, entran en conversación.
-          Oye, tú; ¿Qué vamos a hacer por fin? –dice Lucio–
-          A mí me parece mejor clarinete. He pensado en el cojo de Aoiz; además ese tiene buen guitarrista. Más de cien jotas distintas me dijeron que “echó” en las fiestas de Urbicain –contesta Pedro- ¿A ti que te parece?
-          Bueno. Lo único que no podemos llevarlos para que toquen en misa el día de San Martín. No sé lo que parece llevar el clarinete para que toque en la Iglesia –objeta Lucio- “Quiliri” con el violín lo hacía muy bien. Por lo demás yo creo que las mozas se verán más contentas porque se oye más. La ronda resultará mucho más animada.
-          ¿Por qué no han de tocar en misa? –contesta Pedro- Igual da. No creo que está prohibido. Si vas a ver los instrumentos que hay en las Iglesias son de aire y el clarinete también es de aire, así que se podrá tocar. El violín es el que no se debía tocar, porque es de cuerda. ¿No te parece?
-          Pues si es así –confirma Lucio- ya podemos ir pasado mañana, domingo, a Aoiz. ¿Cuánto les pagaremos?
-          Yo creo que con nueve duros y la costa de fiestas van que “chutan” –contesta Pedro-.
-          Si se conforman, no vamos mal –dice Lucio- ¡Oye! Se nos ha metido en la cabeza coger el barato este año. ¿Tú qué opinas?
-          No sé que te diga. El año pasado no salió muy bien José y eso que no dio mas que 35 pesetas.
-          Pues mira; se me ha metido en la cabeza cogerlo.
-          Allá tú, pero mejor será que vayas a medias con alguno –arguye Pedro- porque tú solo, siendo mayordomo, no podrás atenderlo y ya sabes que para sacar algo hay que estar encima. Y menos mal si no se presentan los Civiles. En Zuazu, a la menos pensada, se presentaron el segundo día y quitaron el corro.
-          Sí, yo también ya he pensado en esto, pero con todo estoy animado. ¿Sabes con quién lo voy a coger? con Francisco, a este no le gusta el baile y atenderá bien. ¿Sabes si algún otro tiene la misma intención?
-          No he oído nada. Ya veremos el víspera de las fiestas; pero para la música siquiera debían de pagar.
-          ¡Oye tú, no dices nada, 45 pesetas!
-          Hombre, a nada bien que se dé.
-          Bueno, ya veremos; de todas formas, quedamos en que el domingo, al toque del alba, vamos a Aoiz.
-          Conforme.

Habían llegado a la fuente abajo, muy concurrida a aquella hora para abrevar los ganados que llegaban del campo. En poco rato pasaban por ella todos los animales del pueblo antes de recogerlos en los establos y se formaba un verdadero “maremágnum” porque todos tenían prisa por acondicionarlos cuanto antes a fin de acudir al Rosario.

Por aquéllos días se celebraba la novena de las Almas y todos querían acudir porque tenían gran devoción a este acto piadoso. Habían tocado ya a Rosario y todos andaban apresurados.

Mientras tanto, los chiquillos jugaban al “marro” en el atrio de la iglesia aguardando al toque de “las dos” para entrar. Pero también entre éstos se notaba la ilusión y animación por la proximidad  del acontecimiento de las fiestas. En un alto del juego, Telesforo llamó aparte a Félix para decirle:
-          ¿Sabes una cosa?
-          ¿Qué?
-          Ya tengo un paquete de “ligallos” para fumar por las fiestas.
-          ¿Dónde los has cogido?
-          Donde los “tufarros” de la “fuente arriba”
-          ¿Por qué no has cogido para mí?
-          Porque hay muchas zarzas. ¡Buenos pinchazos me dí! Vete tú con una segadera y podrás coger. ¡Hay muy buenos! Los tengo escondidos en un agujero del corral de los bueyes y estoy esperando a que haga la madre pan para secarlos en el horno. También tengo una pipa.
-          ¡Quia! ¿De donde la has sacado?
-          Le compré el otro día a Leonico.
-          ¿Cuánto te costó?
-          Tres “ochenas”. ¡Es más maja! Como de color chocolate con una revuelta así –y trazaba en el aire una curva como un cuello de cisne- y un agujerico arriba para meter el cigarro que se para tieso.
-          ¿Cómo pudiste comprarla? ¿Y de dónde tenías tres “ochenas”?
-          De ayudar a misa tenía una “ochena” y el otro domingo jugando a “chapas” gané un real. ¡Tuve una suerte! Cuando vino Leonico me mandó la maestra a comprar horquillas, estaba en la entrada de Echálaz arreglando los cajones y le vi la pipa y la compré.
-          ¿Dónde la tienes? Me la tienes que enseñar.
-          La tengo con los “ligallos”. Ya te la enseñaré mañana, después de la escuela, cuando vaya a hacer las camas de los bueyes.
-          ¿Ya me dejarás echar alguna chupada por las fiestas?
-          ¡Sí hombre!¡Tengo unas ganas de que lleguen!
-          ¡Ah, pues yo! ¿Si vendrá también “Quiliri”? Te acuerdas de los “zurriagazos” que nos pegó el año pasado con la varica de tocar el violín porque le empujábamos?
-          ¡Ya lo creo! ¡Y cómo picaba! ¿De qué será para que suene tan bien?
-          ¡Ojalá se le hubiera roto! Así la tiraría y la cogeríamos nosotros.
-          ¡Que va! Si sería de romper no nos pegaría ¡con lo que tiene que valer!
-          ¡”Las dos”! Vamos al Rosario

Efectivamente, sonaron “las dos” y se acabaron las confidencias, pero en los días sucesivos continuarían en todos los momentos oportunos porque las fiestas constituían una de las mayores ilusiones para todos los del pueblo.

Donde más se notaba su proximidad era en la actividad que desplegaban en la limpieza y adecentamiento de las casas. Todos los vecinos llamaban a los albañiles para que blanquearan las habitaciones y a los carpinteros para los arreglos más urgentes. Con esto daban un repaso a toda la casa y limpiaban con esmero, sin dejar un rincón donde no se notara la mano hacendosa del ama de casa. A la vez, vareaban los colchones, colaban la ropa y daban vuelta a las sábanas, manteles y trajes que guardaban en los roperos y cómodas.

Los dos días anteriores al Santo Patrón eran de verdadero ajetreo. Sacaban las cubrecamas, sábanas, cortinas y pabellones guardados con esmero durante el año, en arcas mezcladas con tomillo, manzanas o membrillos para que se impregnasen de su olor característico y las almidonaban cuidadosamente para colocarlas en camas y ventanas. Entonces aparecían telas y adornos de verdadera artesanía, fabricadas en el mismo pueblo, donde habían puesto sus hábiles manos un par o tres de generaciones. Todas de blancura inmaculada, marcadas en azul o rojo con letras de adorno a punto de cruz, tersas y brillantes por el almidón.

Lo que verdaderamente daba carácter a las habitaciones eran los pabellones que se colocaban sobre las camas. Sobre un gran aro o palo cilíndrico sujeto al techo sobre la mitad de la cama y en sentido transversal colgaban una sábana cuyos extremos resbalaban sobre la cabecera y pie de la cama, cubriendo a ésta como una tienda de campaña. Los bordes estaban terminados con encajes y puntillas perfectamente almidonados y el conjunto con una alta cama que acusaba un enorme jergón de hojas de maíz y un orondo colchón bien repleto de lana, presentaba el aspecto de un trono.

Eran las “mecetas” la ocasión y motivo de recibir y obsequiar a los parientes y amigos y todos se superaban en hacerlo con la mayor dignidad y complacencia.

Mucho trabajaban las mujeres para realizar estos preparativos, pero todo quedaba terminado para la víspera. Al atardecer de este día llegaban los músicos que se hospedaban en casa de los mayordomos. Este año, definitivamente fueron los de Aoiz; un clarinete y una guitarra. Después de cenar se reunían los mozos y acompañados de la música se dirigían al atrio de la Iglesia donde, en honor del Santo, encendían una gran hoguera y mientras las llamas danzaban alegremente en el espacio bandeaban las campanas para anunciar las fiestas. Luego, daban una ronda por el pueblo y se retiraban a casa del mayordomo para ultimar detalles.

Era la hora de subastar el “barato”. Con gesto solemne, uno de los mayordomos saliente anuncia la subasta. A la vez que enciende una cerilla, pregunta:
-          ¿Cuánto dais por el barato?

Debe decidirse en el tiempo que tardan en consumirse tres cerillas. Los intervalos que quedan mientras se encienden son como pausas para mejor determinarse.

Encendida la primera cerilla, dice Lucio:
-          Doy 35 pesetas.
-          Tanto –dice José-

El tanto equivale al aumento de una peseta.
-          Tanto –anuncia Lucio-
-          Tanto –habla José-

Al ver que hay porfía, el otro mayordomo comienza a hacer rayas en la mesa para llevar la cuenta.
-          Tanto –grita Francisco-

La segunda cerilla se ha consumido y el que la sostiene la arroja con violencia al suelo. Inmediatamente se dispone a encender otra. Reina un impresionante silencio. Encendida la cerilla, anuncia el mayordomo:
-          Continúa la subasta.
-          Tanto –dice José-
-          Tanto –manifiesta Lucio-
-          ¿En cuanto está? -pregunta José-
-          En 41 pesetas –contesta el mayordomo-
-          Tanto –afirma José-

En el corro hay expectación. No se esperaba este pugilato. Se enciende la tercera y última cerilla. El mayordomo dice:
-          Va a terminar la subasta.
-          Tanto –grita Lucio-
-          Tanto –contesta José-

Hay un momento de silencio y con decisión dice Lucio:
-          Doy diez duros.
-          Que te aproveche. Bien pagado te lo llevas –concluye José-

Lucio ha salido con su cabezonada, pero a costa del bolsillo. Ya es el “baratero” y tiene como misión organizar el juego: durante el día el de “chapas” y por la noche el del “parar”. Por ello cobrará una comisión del 15 o 20 % sobre las ganancias de cada tirada. Si hay mucho juego casi todo el dinero va a parar a él porque siempre juegan los mismos, pero no es probable porque no hay afición a jugar, únicamente lo organizan por fiestas, los mozos, para sufragar los gastos que se les originan.

La noche de la víspera duermen poco los vecinos del pueblo. Los preparativos gastronómicos absorben mucho tiempo a las personas mayores y la juventud, embargada de emoción y alegría, no puede conciliar el sueño y prefiere el comentario.

En todas las casas han de matar la oveja engordada con mimo desde mucho tiempo antes y el cordero o gorrín, además de varias parejas de aves con lo que prepararán las suculentas y substanciosas comidas. Han de fabricar los rellenos, exquisito embutido a base de arroz, sebo y huevos y hacer el “budin”, golosina deliciosa que se saca para postre.

Aunque en todas las casas llevan “guisandera”, estas faenas ocupan parte de la noche. A pesar de ello, bien de madrugada, está todo el pueblo en pie. Los músicos, acompañados de los mozos, tocan la diana por las calles y luego van a desayunar a casa de los mayordomos. Es el despertar de la alegría en el pueblo. Todos los vecinos, vestidos con lo mejor de la cómoda, se disponen bien pronto para asistir a la Misa que, como fiesta extraordinaria, será de tres “revestidos”. La juventud va de estreno. Los amos de las casas más fuertes cubiertos con capa y vestidos de negro, seguramente con el traje de bodas cuidado con esmero por la dulce compañera y sólo usado en las grandes solemnidades. No es difícil ver algún pantalón con la raya en surco, en lugar de arista, señal inequívoca de que ha sido guardado vuelto de revés para mejor conservar el lustre de la tela. Todos prestan profunda atención al panegírico de San Martín que el sacerdote hace desde el púlpito. Aquel rasgo caritativo de partir la capa para darle al mendigo cala en los corazones de estas gentes sencillas que se inflaman de compasión para el desvalido y aumenta su generosidad y espíritu de ayuda mutua. Pero lo que todos aguardan con ansiedad y emoción es el solemne momento de la consagración en que los músicos tocarán la Marcha Real. Es una costumbre tradicional seguida con la mayor complacencia por todos. Hasta este año, siempre se llevaba un violín. En el presente, hay una innovación, el clarinete. ¿Tocará en la misa? Hay una duda que flota en el ambiente. Por eso esperan con más impaciencia. Al alzar comenzaron las rudas notas del clarinete a marcar el himno nacional, reforzadas por la resonancia de la nave del templo, dejando cadencias de misterio. Después de las razones de Pedro, no cabía esperar otra cosa. Todos están con recogimiento y unción; todos, menos los “mocetes” que sugestionados por la novedad vuelven la cabeza para mirar al coro a la vez que llevan con la mano el compás. Todos los rostros acusan satisfacción y complacencia y quizá, quizá, envidia a los pueblos que tienen órgano o armonium en la iglesia para solemnizar las funciones.

A la salida de misa un substancioso almuerzo inyecta optimismo y energías a los vecinos. Luego, los mozos organizan la ronda. Visitan todas las casas donde hay mozas para “echar” un par de bailes. Éstas la aguardan ilusionadas y bien “emperejiladas”, reunidas en cada casa las más amigas y vecinas, reforzadas con las forasteras y obsequian a los visitantes con pastas y vino. Toda la familia presencia el baile con agrado y satisfacción. Es el homenaje de los mozos a las mozas como tributo de pleitesía al sexo débil. Al finalizar las fiestas, éstas, para demostrar su agradecimiento, regalarán “piporropiles” y una gallina en cada casa para proporcionar un sabroso colofón a la mocina.

La ronda dura toda la mañana, hasta que se disponen a comer, bien iniciada la tarde. En todo momento la chiquillería la acompaña, curioseándolo todo y llevando la agitación y alegría.

Mientras tanto van llegando a las casas los “huéspedes”, generalmente parientes de los pueblos de la comarca, casi siempre gente joven, ansiosa de disfrutar y divertirse. En todas las casas se duplica o triplica el número de personas y son recibidos con las mayores muestras de simpatía y cariño porque se esperan con anhelo. Las fiestas son el motivo para reunirse bajo un mismo techo todos los allegados y contarse mutualmente los incidentes más salientes de su vida, solicitar y prestarse ayuda y gozar con el contacto. Por esto no duele el gasto tan grande que se realiza y se esperan con tanta ilusión.

La comida es un verdadero banquete, abundante y substancioso, como una prueba de resistencia para los estómagos más fuertes. Verdad es que el labriego está acostumbrado y necesita platos fuertes para reparar las perdidas originadas por el duro trabajo; pero con todo, se observa la parquedad impuesta por la abundancia.

El menú está impuesto por la tradición y lo siguen invariablemente en todos los hogares.

Primero aparece humeante la sabrosa sopa del clásico cocido español. El que la reparte sigue, al hacerlo, el popular refrán: “un cazo radiendo y el otro ahondando para distribuir equitativamente la pasta y la substancia. A la sopa sigue el plato de potaje, garbanzo y berza, sin el que el labriego se queda con la impresión de no haber comido aunque haya embandado de firme otros manjares que se toman con tenedor.

A continuación viene la carne cocida adornada con rajitas de chorizo y trocitos de tocino, salpicada de algún trozo de gallina y, si ha habido matanza, reforzada con trozos de espinazo de cerdo. Luego el relleno con sangrecilla, plato fino y típico de las mecetas con apariencia de poca substancia y deliciosamente nutritivo. Después llega el estofado de deliciosa carne magra de oveja, en trozos muy grandes, con una salsa espesa y apetitosa. Sigue a éste el cordero o gorrín asado, uno de los manjares más codiciados, con el que los comensales se “chupan los dedos” y disfrutan uno de los mayores goces gastronómicos, y como final hace su entrada triunfal el pollo recocido, sabroso y dorado, que colma las delicias de los comensales. Todo esto rociado con chispeante chacolí y ayudado con tierno pan casero, hace que los rostros se congestionen y los comensales se animen. Es la hora de la conversación atropellada, de las ocurrencias graciosas y el chiste jocoso. No hay prisa por terminar, es la expansión más jovial y placentera. Sin embargo, no tardarán en aparecer sendos “budines”, perfectamente moldeados, de un amarillo goloso que, a pesar del abotargamiento de los comensales, tienen el poder de “afilarles los dientes”. También éstos se empujan con chacolí. No faltará quien dicte esta sentencia: “la leche y los huevos le dijeron al vino: bien venido seas amigo, pero o vengas a dormir conmigo si está agrio o podrido”.

Por fin se levantan los manteles y se sirve el café; el amo de la casa reparte puros y saca licores; anís y ron son los preferidos; para las mujeres vino rancio y aún, para ayudar a beberlos, sirven bandejas de galletas. ¡Bien, muy bien, han saciado el apetito!

Justamente ha terminado la comida cuando tocan a Rosario, al que acude todo el pueblo. A la salida se organiza el baile. Como el tiempo, generalmente, es desapacible debido a la estación, se dispone para celebrarlo un establo de los más céntricos del pueblo cedido generosamente por su dueño. Pero, no se crea que resulta un lugar indecoroso e indigno, no.Los mozos se encargan de limpiarlo, adecentarlo y darle todo el confort posible. Este año proporcionaron el de Nicolás, y puedo manifestar que presentaba un aspecto agradable y acogedor. Perfectamente limpio y adosados a las paredes, en todo su perímetro, unos bancos formados con tabones, ofrecía todo lo que la juventud podía apetecer. En el costado estratégico y más dominante, los músicos, sentados en sillas, sobre una plataforma, daban vida a la reunión tocando alegres jotas, con los tres tiempos clásicos, coronados con la canción. La pareja de mayordomos iniciaba el baile a la que seguían los asistentes. ¡Cuántas y cuántas jotas tocaban y cantaban, haciendo las delicias de la juventud en el transcurso de la tarde y parte de la noche! Las mozas acudían en grupos y se acomodaban manteniéndose en contacto. Los mozos, casi todos fumando, aunque ordinariamente no lo hacían, iban de un grupo a otro sacando a bailar a las preferidas y regresaban luego al grupo para seguir la conversación iniciaba al agarrarse durante la canción. Al acercarse Pedro, el mayordomo, a un grupo donde se encontraba Sebastiana, ésta le increpa:
-          ¿No me dijiste que iban a tocar el “agarrao”?
-          Y lo harán, pero un poco más tarde, -contesta aquél-
-          ¡Ah, sí! –exclama el grupo- ¿Qué van a tocar?
-          Un pasodoble que dicen es lo más fácil de bailar
-          ¡Qué gusto! –dicen las mozas- Ya era hora de que lo hicieran. En casi todos los pueblos tocan ya, alternando con la jota.

Efectivamente, un poco entrada la tarde tocaron un pasodoble, sin gran extrañeza en los concurrentes, porque ya se había corrido la noticia.

Pocos eran los que sabían bailarlo, pero todos se agarraron y siguieron el compás con bastante habilidad- Únicamente extrañaría ahora el pronunciado movimiento de balanceo, de arriba abajo, de los brazos enlazados llevando el ritmo de la música, como si no concibieran el baile marcando el compás solamente con los pies, acostumbrados como estaban, en la jota, a llevarlo con pitos y castañuela. A la gente madura no gustó esta innovación, pero era el signo de los tiempos y había que resignarse y transigir.

Mientras tanto, Francisco, en un rincón del establo había sentado la mesa del juego del “parar”. Al principio sólo acudían los mocetes. A medida que avanza la hora va acercándose gente mayor en estatura y cartera. Hay momentos de animación alternando con otros de languidez en los que se ve arder la vela sobre la mesa y aguardar sentado al “baratero” con el naipe en la mano. De pronto, un gran corro circunda la mesa; el baile pierde interés; los mozos despachan del corro a los “mocetes” con gritos destemplados.
-          ¡Fuera crios!
-          ¡Al “tirrit”!
-          ¡Hospo! Mear y a la cama.

Éstos escapan en todas direcciones, como lagartijas, antes de que les alcance algún “zartaco”.

¿Qué pasa? Indudablemente algún incidente ha llevado el interés a la mesa de juego. Efectivamente; se ventilaba más dinero que de ordinario y la mocina le presta más atención con la esperanza del favor de la suerte. Casualmente, han caído en el corro Milian el gitano, que tiene fama de rico, acompañado de dos más de su raza que se dirigen a la feria de Urroz y han empezado a jugar fuerte con unos mozos forasteros. A Lucio le va a ir bien con el “barato”. Dentro de poco, cuando las mozas empiecen a desfilar para sus casas, el juego absorberá a todos los mozos: quizá no se acuerden de cenar…

A la vez que se divierte la juventud, también la gente madura se ha procurado su esparcimiento. En la sala de casa de Michoto han organizado una mesa de “Ilustrao” a la que acuden la mayoría de los hombres casados, vecinos y forasteros. Como solamente pueden jugar diez, quedan muchos de “encimeros” para entretenerse siguiendo las incidencias del juego o aguardando a que quede una vacante para tomar parte en él. La partida es interesante, a dos reales el tanto y a peseta a la grande y a espada. Se presta mucha atención, porque se ventila dinero, pero esto no obsta para que se salpique de graciosas ocurrencias y amenos sucedidos. A veces surge la discusión, atemperada pero insistente.
-          - ¡Oye! Mis pares –dice uno de los jugadores al pagador-
-          Tu no has cantado pares –dice otro que también los reclama-
-          ¿Cómo que no? He dicho sí y paso
-          Pues nadie te ha oído. De haberlo sabido te hubiera “echado” un duro.
-          Sí, ahora lo dices. Nada, nada, los pares son míos porque son mayores que los tuyos.

Antes de que la cosa se agrie, Domingo, hombre socarrón y ocurrente, dice dirigiéndose a todos:
-          Al respective de cantar, os voy a contar lo que sucedió en “La Burrialta”.
-          ¡Venga, venga! -dicen unos-
-          ¡A ver, a ver! –exclaman otros-

Todos quedan silenciosos porque disfrutan al oír las consejas y narraciones de Domingo.
-          Cuando murió la dueña de casa Lopetegui –comienza éste- quedaron solos padre e hijo. Como necesitaban en casa una mujer, el padre pensó que le convenía casar a su hijo Blas con la Lorenza de Barberena; pero Blas era un poco fatuo y tenía vergüenza de arrimarse a las mozas. Con el afán de insinuarle a que la cortejara, le dijo un día cuando volvían del campo:
-          - Oye, Blas ¿A ti no te gusta la Lorenza de Barberena?
-          Qué cosas tiene este hombre –contesta Blas- ¿No me ha de gustar? ¡Y mucho!
-          Entonces, ¿cómo no la festejas?
-          ¿cómo?
-          Cómo, cómo. ¿No sabes lo que hace Manuel del de Jaureguizar con la Casilda de Joantolea?
-          Eso lo saben hasta los chicos de la escuela. La ronda los domingos por la noche; se “tropiezan” en la fuente; alguna vez bajan juntos a Lumbier…
-          Pues vete “jilando”, Blas.
-          “Jilando”, “jilando”. ¡Como si fuera tan fácil!

Se queda un momento pensativo Blas y como la idea le gusta continúa hablando como si exteriorizara sus pensamientos.
-          Eso que ya se tañer el “treinta y tres” bastante bien, si sabría alguna jota apropiada aún podría “echarle” una ronda.

Animado el padre con esta decisión, le dice:
-          ¿No sabes aquélla de “en tu puerta puse un banco”?
-          No sé ninguna. ¿Cómo es?

El padre le recuerda:
-          “En tu puerta puse un banco para aguardarte sentado,
Y decirte resalada
Que estoy muy enamorado”.
-          ¿Sabe que es muy maja, padre? El domingo ya estoy frente a su casa a cantarle.

Efectivamente, el domingo, bien avanzada la noche, allí estaba nuestro Blas dispuesto a cantar a la Lorenza. Pero como es muy “parao” se le encogía el ánimo. No obstante, comenzó a tañer y cantó la primera estrofa; pero se le olvidó lo demás y seguía la tonada repitiendo lo mismo:
-          En tu puerta puse un banco,
en tu puerta puse un banco,
en tu puerta puse un banco,

El amo de Barberena, a quien Blas le gustaba poco para yerno, se levantó de la cama, abrió el balcón y con gran “vozarrón” le gritó:
-          ¡Oye “mocé”! Pon el banco un poco más abajo que no me vas a dejar sacar el macho con los “esportizos”.

Blas se quedó más corrido que una mona y se fue al galope a casa pensando que había “jilado” demasiado fino y se había roto la hebra.

Rieron todos el cuento y continuaron el juego.

La suerte favorecía a Julián, el pastor. Casi todas las veces tenía el rey de espada; ganaba muchas la grande y muchos tantos del juego. Había juntado un gran “resto”.

Los demás jugadores le tiraban pullas en relación con el caso, que él aguantaba paciente y jovial.
-          ¡Jopo Julián! ¡Qué potra tienes!
-          Lo menos has juntado ahí para ocho “borregas”..
-          ¡Echemos parva, que viene buen día! –exclamaba él-
-          Qué borregas ni cabras, -decía otro- De esta “hecha” vende el rebaño que tiene y se retira a Pamplona a vivir de señorito.
-          Eso, eso, coge un bastón y a pasear por las calles, a ver como trabajan los demás.
-          ¡Para qué! –dice Domingo- Estoy seguro que no se ha de acostumbrar. En cuanto vea una “manadica” de reses que las llevan al matadero irá desbocado a mirarles a la boca para verles los dientes pensando que está en el rebaño.

Nuevas carcajadas con la ocurrencia de Domingo y vuelta al juego. De vez en cuando, alguno de la tertulia pedirá un trago de chacolí, diciendo:
-          ¡Venga, venga! Otro “mecomecole”

Uno cualquiera cogerá la botella de cuatro pintas, que siempre hay dispuesta en algún rincón de la sala y escanciará a cada uno lo que le place.

Pasadas las 10, las mujeres usarán toda su estrategia para levantar el corro y disponer la mesa para la cena. Con grandes esfuerzos conseguirán reunir a todos los “huéspedes” y familiares y hacer que se sienten a la mesa. La cena, semejante a la comida, pero de platos más suaves y digestivos, transcurre en el mismo tono alegre y jovial, salpicada con los comentarios y relatos de los incidentes de la jornada. Todos se enteran de lo ocurrido en el pueblo. La noticia más sensacional es que Milian ha perdido al “parar” lo menos mil pesetas y que Lucio lleva ya recaudados unos cuarenta duros. Todos están profundamente extrañados, considerando el hecho como un caso insólito y brota la expresión de cierto respeto y temor:
-          ¡Si se enteran los Civiles!

Pero no; aquí no hay “chivateos” y les llegará la noticia transcurrido mucho tiempo de pasadas las fiestas.

Después de cenar se organiza nuevamente el corro de “ilustrao” y el baile; pero éste acusa languidez porque la mayoría de las mozas no concurren a él por aquello de que “mujer recatada de noche acostada” y las madres prohibían la salida a sus hijas. Pero como estamos en fiestas, para esparcimiento de la juventud, en las casas más adecuadas se reúnen animados grupos que organizan veladas alegres y divertidas, alternando el baile con juegos de prendas. Allí se descubre el ingenio y agudeza de algunos concurrentes para dirigir los juegos y establecer las prendas ocurrentes y risibles. Allí se baila, con regocijo y algaraza el “María Chinchín María Chinchón”, por entre unas sillas, atento cada cual para no quedarse sin asiento cuando el jefe da la señal de sentarse, porque hay una menos que bailadores. Se juega al “¿Me quieres?”; al “vuelan vuelan; al “miente V” y se ríe y se goza con la sencillez, amistad y alegría del corazón.

Estas veladas siempre dejan a los asistentes grato recuerdo y dulces añoranzas.

Bien de madrugada se retiran a descansar, acomodándose como pueden, debido a la gran concurrencia de forasteros en cada casa, constituyendo la desorganización un motivo más de diversión y jolgorio.

Y así amanece el segundo día en el que se sigue el mismo programa de diversiones que el anterior, en el ambiente más cordial y placentero, programa que se repetirá el tercero, en cuyo atardecer comienzan a desfilar para sus casas algunos de los huéspedes. Los demás, con la mayoría de los vecinos del pueblo, a la mañana del cuarto día, bajan en cuadrillas a Urroz a solazarse en la feria, magnífico colofón de las “mecetas”.

Con esto acaban las fiestas que siempre dejan un regusto delicioso que se saborea mucho tiempo después con el recuerdo y comentario.

También las aldeas tienen sus encantos y no cabe duda que las fiestas son uno de los más señalados y apetecidos.