EL ÚLTIMO "SANTERICO" DE IZAGA

“ASTEGAITZ”, que quiere decir “semana de calamidades” (haciendo referencia a una peste o una gran enfermedad para cuya remisión el valle habría hecho voto a San Miguel),  es el momento en que suben los pueblos del valle de Lónguida a la ermita de San Miguel de Izaga. Solía efectuarse unos días antes a la Pascua de Pentecostés. Los valles lo hacían independientes unos de otros; el de Izagaondoa lo hacía el lunes segundo día de pascua de Pentecostés; a cada valle le acompañaba su cura párroco, y los romeros de los pueblos de Lónguida se reunían todos en Ardanaz para desde allí iniciar la procesión juntos. Debido a la evolución que iba llevando la vida y a que en los pueblos cada vez hay menos gentes, más bien se van quedando vacíos y despoblados, con buen criterio, los valles de Lónguida e Izagaondoa acordaron celebrar juntos el día de la romería, que sería el domingo de la Santísima Trinidad. Así se viene haciendo actualmente y la devoción no decae , y las nuevas generaciones prometen su continuación.
Cuanto nos agrada a los fieles seguidores de estas tradiciones el escuchar de nuestros mayores la fe que en ellas depositaban. El que suscribe, y por espacio de siglos sus antepasados, todos con un mismo apellido y nacidos en Zuazu, y como tal siempre bajo la protección de San Miguel, poniéndose también a su servicio en oficios ya desaparecidos.
Tengo presente las muchas veces que le oí contar a mi padre la misión que efectuaba de “santerico”. Anualmente, para el día de San Miguel, Mi padre Mario Zuza Murillo[1], como ya he dicho nació y vivió en Zuazu[2]. Por las cosas que tiene la vida, su padre Francisco enfermó por falta de riego en las piernas, así que siendo muy joven le tocó desempeñar todas las labores de una casa de labranza, y por carecer de medio económicos, en muchas ocasiones tuvo que, junto a otros compañeros del valle, ir a layar viñas a Artajona. ¡Casi nada de Zuazu hasta Artajona!
En otra época, en la semana anterior a San Miguel, hizo durante varios años de “santerico” de San Miguel de Izaga en casi todos los pueblos del valle de Lónguida. ¿Qué significa esto? Santerico se deriva de santo. Era tradición (seguramente en algún tiempo más antiguo hubiera acuerdo entre los pueblos del valle para que así se hiciera) que en esas fechas el santerico, llevando consigo una especie de capillita en la cual iba una estampa con la imagen de San Miguel, les visitara y recogiera a su vez las limosnas dedicadas al culto de la ermita, cuyo administrador era el párroco de Zuazu.
Eran unos tiempos en que el dinero era escaso, más bien brillaba por su ausencia, de aquí que las limosnas aportadas fuesen principalmente en trigo. Para recogerlas,  el santerico llevaba en la caballería con la que se desplazaba por los pueblos, un serón (una especie de alforja, acoplada a un lado y al otro del animal). El valle de Lónguida es muy extenso, y lo componían entonces creo que 20 pueblos: Todo el recorrido del valle lo hacía en el periodo de dos años. Un año partía de Zuazu a Ardanaz, y atravesando el poche de Zuza (sierra de Gongolaz) hasta llegar a Zuza, continuando luego por Zuasti, Villaveta, Ecay, Erdozain, Olaverri y quizá algunos más. Al año siguiente iba por Aos, Murillo, Larrangoz, Meoz, Javerri, Uli Bajo, Mugueta, Artajo y quizá algunos más.
Ordinariamente, en todos los pueblos encontraba buen trato, aunque también solía contar, más bien como anécdota, que en una casa de un pueblo le recibió un “indiano” (nombre de los que habían emigrado a América y habían regresado después), al mostrarle la capillica con San Miguel y pedirle al limosna, le dijo:
-Mira, te voy a hacer un favor. Déjamelo aquí en mi casa, y ya le daremos nosotros de comer todo el año…
La orientación para encontrar el camino para llegar a todos estos pueblos, la efectuaba por aquel sistema del “preguntando se llega a Roma”. Hoy diríamos por el boca a boca entre los vecinos a los que tenía que preguntar y más que preguntar, entender, para evitarse tener que dar grandes rodeos o desandar los caminos que no llevaban a ningún sitio.
Con la evolución de los tiempos y la progresiva despoblación, esta costumbre del santerico se dejó de practicar[3].
El trigo que recaudaba y transportaba servía de moneda de cambio en algunas tiendas de los pueblos que se dedicaban a ello.
Ignoro que fin habría llevado la capillica de San Miguel que servía para el fin que describo. En la ermita de Santa Felicia de Labiano, en su sacristía, existe una dedicada con su estampa a la santa, que fielmente pudiera ser igual o parecida a la que menciono de San Miguel, dado también la cercanía de estos pueblos para quien construyese estas artesanías.
En otras estaciones del año, cuando las labores en los campos eran menores y los ganados (caballerías y vacunos) se echaban a la sierra para su manutención y expansión, Mario el de Mondela hacía de “Dulero” (pastor). Dado lo variable del clima en la cima de Izaga, ¡cuántas veces permanecería refugiado en el corral de la ermita, sin más compañía que la de San Miguel, que se la concede a todos los que en él tienen fe!  Dicho corral era un adosado a la fábrica principal de la iglesia, que servía de refugio a personas y animales. Esta construcción se hundió por efecto del tiempo, y no se reconstruyó en la última restauración del año 1984, aunque quedan fotografías antiguas que dan testimonio de que existió.
Entonces, como ahora, sería muy común ver revolotear un buen número de buitres, dueños y señores de estas alturas, e igualmente los pastores estarían familiarizados con ellos. Para muestra contaba que una vez se le puso un ternero enfermo, por lo que para su protección lo llevó al ya citado corral de la ermita. Lo dejó encerrado, pues poseía una puerta de madera, tosca pero fuerte, con una peculiar cerradura a la cual llamaban “tranca”. Era ésta una especie de media aldabilla, sencilla, original y fuerte, que funcionaba manualmente tanto por dentro como por fuera del corral. Pues dejó dentro al animal y él se bajó a dormir al pueblo, como siempre hacía. A la mañana siguiente, vio sobre la ermita un montón de buitres revoloteando sobre la ermita, e incluso alguno más decidido posado en su tejado y en el del corral; esto ya le puso sobre aviso de que el ternero había muerto. Efectivamente, al abrir el portón descubrió su cadáver, que aún estaba caliente. Pasaría algún rato comprobando al ternero, pero el caso es que al salir y cerrar el corral, era tal la cantidad de buitres que le rodeaban, con sus movimientos de cuello y cabezas tan peculiares, que a él no le atacaron, pero sí que le dieron miedo y se le quedó grabada aquella escena.
Bajó de nuevo al pueblo para contarle lo ocurrido al dueño del ternero, con el que volvió a subir al atardecer, y como ya estaba casi oscuro, no había tantos buitres. Sacaron al animal del corral, y arrastrándolo hasta un pequeño raso, lo dejaron allí para que sirviese de banquete a los carroñeros.
Alguna vez también le oí a mi padre cantar una jota que da fe sobre la existencia de estas aves:
“En Reta viven los cuencos,
en Zuazu los serranos;
Y en la corte de Ardanaz*,
los triperos africanos.”

*La “corte de Ardanaz” le llamaban a una parte de la Peña de Izaga, que da sobre ese pueblo, y “triperos africanos” a los buitres que permanentemente en ella habitan…

 Texto: FERMÍN ZUZA ZUNZARREN


[1] Hijo de Francisco Zuza Zalba, natural de Zuazu, y de Fermina Murillo Gorraiz, natural de Janariz (Lizoain), pero residente en Tabar (Urraul Alto), cuando fue a casarse a Zuazu.
[2] Era conocido por “Mario el de Mondela”, por ser ese el nombre de la casa familiar.
[3] Como es natural, antes de hacerlo mi padre, otros lo habrían hecho también, no sé desde cuando, pero lo que sí es cierto es que con sus últimos viajes, se acabó esta tradición.